domingo, 14 de marzo de 2010
NUNCA LLORO
NUNCA LLORO
(Manuel Cortés Blanco presenta la novela “Trazo blanco sobre lienzo blanco en Zaragoza y en León)
El 25 de diciembre de 1.836, aparecía un artículo de Mariano José de Larra, titulado “Horas de invierno”, del que ha quedado para la posteridad, en la memoria de todos, la frase: “escribir en Madrid es llorar”. Una famosa frase escrita por Larra, hace 200 años, que se refería a lo difícil que es que la prensa, con sus opiniones y denuncias, pueda influir en la realidad. Aunque mucha gente cita esta frase, en otro sentido, refiriéndose a que también se llora intentando ganarse la vida como escritor.
Quizás la frase tenga aún validez, o esté todavía vigente la idea que pintan sus palabras. Sin embargo yo aún no he llegado al extremo de derramar lágrimas por la escritura. Es posible que padezca alguna clase de enfermedad, que me impida emocionarme, desahogándome con el llanto, o simplemente que escriba, sin enterarme del drama que me acompaña y que lleva implícito el hecho de ser escritor.
Me interesa la opinión de Larra y pienso que, por desgracia, tenía y tiene toda la razón. Y me interesa más aún, desde que leí dos libros que hablan de este periodista y escritor. Uno es de Azorín y se titula “Lecturas Españolas” y el otro es “Anatomía de un dandy” de Francisco Umbral. Estos dos escritores pintan con sus palabras un retrato triste y curioso de este personaje.
Desde hace ya bastantes años escribo en Madrid. Lo hago de forma discreta y constante, con algunas alegrías pero, afortunadamente, sin grandes penas. Escribir, poco a poco, se ha convertido en una de las actividades más importantes de mi vida. Escribir, leer o, para ser un poco más precisos, la literatura. Y así, a lo largo de los años, me he ido situando en un mundo que desconocía, y que ahora, es posible que desconozca aún más. Porque la visión del mundo de la literatura, su visibilidad, es muy complicada, al igual que pasa con nuestras propias vidas que, según vamos profundizando en ellas, nos vamos dando cuenta de que es imposible despejar una cierta capa de niebla, que nos envuelve a todos. Pero no sólo a nosotros, los de carne y hueso, sino también a los personajes literarios.
Se dice que al ser humano le falta algo, que somos seres de lejanías, que estamos dentro de un cuerpo, que en realidad es algo extraño, o que, como dijo Pessoa, que la vida no basta”. Se dicen muchas cosas. Pero la literatura, los libros, están ahí, esperándonos, a veces cientos de años, para enseñarnos nuestro propio retrato, nuestra propia identidad, perfectamente reflejada en sus páginas.
En estos días he tenido la suerte de presentar una de mis novelas en dos ciudades Españolas. León y Zaragoza. Dos ciudades a las que hacía mucho tiempo que no visitaba. Dos ciudades que han cambiado mucho, que están más bonitas que el recuerdo que yo guardaba en la memoria de ellas. Y en las dos, el presentador de mi novela, ha sido el escritor Manuel Cortés Blanco.
Leyendo y escribiendo, no sólo te conoces mejor a ti mismo, sino que además, terminas por conocer a otras personas de tu misma cofradía, como me ha pasado a mí con Manuel. Personas que disfrutan de la literatura, como tú mismo, y que se entregan a ella, desinteresadamente y con amor.
Manuel, para que yo pudiera presentar mis novelas en ambas ciudades, se ha movido, se ha esforzado, ha hecho llamadas telefónicas, ha escrito correos, se ha desplazado varias veces y ha movilizado a amigos y a familia. Y esto es algo tan importante y tan de agradecer que, no se me ha ocurrido otra manera mejor de hacerlo, que escribir este pequeño y humilde artículo, dedicado a personas que, como él, o mi editor, Miguel Angel de Rus, de Ediciones Irreverentes, me han enseñado que viven y sienten la literatura como su propia vida.
Tengo suerte de conocer a personas como Manuel Cortés Blanco. El último libro que he leído de él: “Mi planeta de chocolate”, confirma lo que se sospecha, conociéndole personalmente. Es alguien excepcional, de los que, habrá muchos, no lo dudo, pero de los que yo conozco a muy pocos. Su sensibilidad y su vena, absolutamente literaria, se confirman estando cerca de él y leyéndole por igual.
Pero volvamos a Larra, que decía que escribir era llorar. Terminó quitándose la vida, lo que prueba que no estaba sano, y que no era capaz, por su enfermedad, de apreciar su propia existencia. Manuel y yo, y hablo en nombre de los dos, porque estoy seguro de que es así, seguiremos, mientras nos de la imaginación para ello, no llorando, sino derramando lágrimas de tinta sobre nuestras respectivas páginas. Y espero que sean lágrimas, también de alegría.
Yo te pido Manuel, o casi te exijo, como lector, que sigas en tu línea. Que continúes escribiendo con tu sensibilidad; que continúes contándonos todos esos cuentos, con los que sabes emocionar a todo el mundo.
Esta vez, para terminar, no voy a recomendar ningún libro, como suele ser habitual en mi, sino que recomiendo ir a cenar a Zaragoza, y después tomar un café en un precioso bar, cercano a la catedral junto al río, desde el que se contempla cómo transcurren las aguas del Ebro y se siente uno un poco Pessoa, como cuando observaba al Tajo pasar por Lisboa. Y también salir, después de presentar la novela en la biblioteca pública de León, a tomar unas tapas por el “barrio húmedo” en muy buena compañía, y así darnos cuenta de lo mucho que nos estamos perdiendo.
Francisco Legaz.
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2 comentarios:
He estado leyendo sus posts y me han gustado mucho. Todo lo que se aporte para difundir la cultura es bienvenido.
Felicidades por el blog.
Saludos.
Gracias Francisco por tu referencia a mi persona. En verdad fue un gusto leerte, presentarte y compartir contigo esas vivencias en Zaragoza y León. Eso es lo importante. Me alegra saberte en esa misma "cofradía" y, por supuesto, seguiremos escribiendo, nos seguiremos contando.
Un abrazo grande.
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