martes, 13 de abril de 2010

MIGUEL HERNÁNDEZ: POETA DE LA FERTILIDAD

Miguel Hernández: poeta de la fertilidad
Cuando Miguel Hernández murió en la enfermería de la cárcel de Alicante un 28 de marzo de 1942 sus ojos no pudieron cerrarse. El forense que certificó su muerte aludió como motivo de tal anomalía a “ un síndrome típico de hipertiroidismo con sus fases de terror, con tríada de fijeza, insistencia y esplendor de la mirada. Síntomas psíquicos-añade el médico- puestos de manifiesto en su producción literaria: viveza mental y emotividad exagerada.” Este certificado que transcribe el Teniente Fiscal de la Audiencia de Alicante, Miguel Gutiérrez Carbonell, en su libro Proceso y expediente contra Miguel Hernández, ilumina, más allá de las circunstancias de su muerte, el poder generador de la poesía del autor de “Las nanas de la cebolla.” Sus ojos permanecieron abiertos como sus versos, injertados pronto en una dolorida existencia que fluyó íntima, y colectiva a la vez, a través de una de las obras más desnudamente emocionantes del siglo XX. Emoción destilada por un corazón en que arraiga solitariamente todo, sin que nada se marchite en su propio calvario interior: al contrario, el pulso de cada una de sus heridas florece en el excavado vientre de Josefina, su esposa, y en el humus de los besos donde la boca se hunde en búsqueda del centro de la vida. Y la pasión no sucede nunca sola, sino que en su maleza de relámpagos ya alienta el hijo: No te quiero a ti sola/ te quiero en trascendencia,/ y en cuanto de tu carne descenderá mañana. Poesía fértil la del poeta de Orihuela, escritura seminal en cada una de sus voces: la imaginativa y barroca de Perito en lunas, en donde como un juego mueve las palabras hasta hallarle el hueso a la realidad; la enajenada de El rayo que no cesa que “llena de voltaje los modelos clásicos y se nutre del ciclo doble de la naturaleza y la mujer”, en opinión de Leopoldo de Luis, voz nada platónica en la que la tempestad amorosa arriba siempre a la playa de un cuerpo; la voz trasminada de pueblo, manchada de su “ misma leche”, de Viento del Pueblo, voz dinamitada por el corazón de un esposo soldado que quiere así, en orales expresiones puras, hacerse sangre de todos; voz oscura luego, sin oxígeno, enemiga, de El hombre acecha. Escritura seminal en cada uno de los libros de Miguel Hernández que alcanza su cima en el Cancionero y romancero de ausencias, donde el dolor acumulado, la respiración moral del poeta, encuentra en sus raíces campesinas y en el cancionero popular murciano, según señala José Carlos Rovira, “su voz más honda y transparente, la que funde vida, amor y muerte mientras se afirma en sus troncos de soledad y se despeña por barrancos de tristeza.” Voz embarazada por la ausencia de su hijo y el seco manantial del pecho materno; embarazada, pues a pesar del horizonte de tinieblas a la luna venidera el mundo se vuelve a abrir .
Poeta de la fertilidad es Miguel Hernández, poseedor de un lenguaje cultivado como una planta, con sonido de cereal y celo, y que alimentado por la fuerza telúrica de Aleixandre y Neruda genera firmamentos dentro del espacio pequeño en que laten dos seres.
Al cumplirse este año el centenario de su nacimiento su obra sigue teniendo la energía de una escritura fecundada por el amor y la muerte, sigue constituyendo la epopeya de un pueblo narrada con palabra de dinamita y pulso íntimo de alcoba. Al volver a leerla siento la rotación de la vida en sus distintas siembras y a la mujer como aurora del mundo, respiro un lenguaje terrenal que exhala un alto corazón que siempre me invade.
Javier Lostalé

1 comentario:

Sacra dijo...

¿Y qué podemos hacer ahora si no revivirlo verso a verso, latido a latido, más allá de toda distancia...?
Aquí, en el Levante, hasta las palmeras silban su nombre esta extraña primavera disfrazada de otoño.
Abrazos siempre...