Hoy, en el bosque de las palabras, (30 de marzo de 2010) vamos a entrevistar a Patricia Esteban Erlés, por su reciente publicación en páginas de Espuma del libro de relatos: "Azul Ruso". Investigando un poquito por internet, he encontrado esta joya, de la que ella es autora.
Simplemente digo: DIVIÉRTANSE.
Esqueleto de él: Llevamos mucho tiempo aquí
Esqueleto de ella: Sí.
Esqueleto de él: ¿ Sí? ¿Sólo se te ocurre decir “sí”?
Esqueleto de ella: Es que esta misma charla ya la tuvimos ayer.
Esqueleto de él: Ya, claro, pero de algo hay que hablar, me parece a mí.
Esqueleto de ella: Sí, ya te lo dije ayer. Podemos hablar todo lo que quieras, pero al menos déjame decir lo que me parece. Y lo que me parece es “Sí”. Así, sin más.
Esqueleto de él: Vaya. Ya te has enfadado.
Esqueleto de ella: …
Esqueleto de él: Lo ves. Lo que yo digo. Te has enfadado.
Esqueleto de ella: No, no me enfado. ¿Y sabes por qué? Pues porque descubrí que cuando me molestaba por algo que decías me dolían mucho los huesos. Una barbaridad. Y entonces te odiaba y no me merecía la pena. Así que ahora ya no me rebelo ni hago mala sangre.
Esqueleto de él: Mala sangre, dice. Qué graciosa.
Esqueleto de ella: …
Esqueleto de él: Yo lo que no entiendo es por qué tuviste que dejar que te abrazara aquella tarde.
Esqueleto de ella: Ay, hijo, pues no sé. Eso también te lo he dicho un ciento de veces.
Esqueleto de él: Pero piénsalo, si es que nunca me dejabas hacerlo, siempre te escabullías como una anguila. Siempre menos, fíjate tú qué casualidad, la tarde del jodido terremoto.
Esqueleto de ella: Lo siento, fue un error, ahora lo sé.
Esqueleto de él: Sí, un error. Pero un error gordísimo. No tenías tú mejor día para hacerte la fácil.
Esqueleto de ella: Anda que no me pena.
Esqueleto de él: Y a mí, porque además se nos tuvo que caer encima el palacio de tu padre en plena faena y dejarme a medias, con el calentón que llevaba.
Esqueleto de ella: Sí, lo sé, a mí me pasó poco más o menos lo mismo.
Esqueleto de él: Nunca nos encontrarán. No sé por qué nos tuvimos que poner a jugar al escondite en el sótano, como dos tontainas.
Esqueleto de ella: Ya (y trata de encogerse de hombros, pero como recuerda que le van a doler, amaga el gesto).
Esqueleto de él: Pero estabas tan guapa, aquella tarde, con la túnica esa verde agua. ¿La recuerdas? Qué bien te sentaba.
Esqueleto de ella: Sí. Me la trajo mi padre de Atenas, en uno de sus viajes. Una preciosidad.
Esqueleto de él: …
Esqueleto de ella: …
Esqueleto de él: Llevamos mucho tiempo aquí.
Esqueleto de ella: Sí.
Esqueleto de ella: Sí.
Esqueleto de él: ¿ Sí? ¿Sólo se te ocurre decir “sí”?
Esqueleto de ella: Es que esta misma charla ya la tuvimos ayer.
Esqueleto de él: Ya, claro, pero de algo hay que hablar, me parece a mí.
Esqueleto de ella: Sí, ya te lo dije ayer. Podemos hablar todo lo que quieras, pero al menos déjame decir lo que me parece. Y lo que me parece es “Sí”. Así, sin más.
Esqueleto de él: Vaya. Ya te has enfadado.
Esqueleto de ella: …
Esqueleto de él: Lo ves. Lo que yo digo. Te has enfadado.
Esqueleto de ella: No, no me enfado. ¿Y sabes por qué? Pues porque descubrí que cuando me molestaba por algo que decías me dolían mucho los huesos. Una barbaridad. Y entonces te odiaba y no me merecía la pena. Así que ahora ya no me rebelo ni hago mala sangre.
Esqueleto de él: Mala sangre, dice. Qué graciosa.
Esqueleto de ella: …
Esqueleto de él: Yo lo que no entiendo es por qué tuviste que dejar que te abrazara aquella tarde.
Esqueleto de ella: Ay, hijo, pues no sé. Eso también te lo he dicho un ciento de veces.
Esqueleto de él: Pero piénsalo, si es que nunca me dejabas hacerlo, siempre te escabullías como una anguila. Siempre menos, fíjate tú qué casualidad, la tarde del jodido terremoto.
Esqueleto de ella: Lo siento, fue un error, ahora lo sé.
Esqueleto de él: Sí, un error. Pero un error gordísimo. No tenías tú mejor día para hacerte la fácil.
Esqueleto de ella: Anda que no me pena.
Esqueleto de él: Y a mí, porque además se nos tuvo que caer encima el palacio de tu padre en plena faena y dejarme a medias, con el calentón que llevaba.
Esqueleto de ella: Sí, lo sé, a mí me pasó poco más o menos lo mismo.
Esqueleto de él: Nunca nos encontrarán. No sé por qué nos tuvimos que poner a jugar al escondite en el sótano, como dos tontainas.
Esqueleto de ella: Ya (y trata de encogerse de hombros, pero como recuerda que le van a doler, amaga el gesto).
Esqueleto de él: Pero estabas tan guapa, aquella tarde, con la túnica esa verde agua. ¿La recuerdas? Qué bien te sentaba.
Esqueleto de ella: Sí. Me la trajo mi padre de Atenas, en uno de sus viajes. Una preciosidad.
Esqueleto de él: …
Esqueleto de ella: …
Esqueleto de él: Llevamos mucho tiempo aquí.
Esqueleto de ella: Sí.